A menudo, cuando hablamos de papel pintado, pensamos en la complejidad de instalarlo y quitarlo. Nos imaginamos tener que subir montañas con todos los escalones de los años 70: la mesa de empapelar, el engorro de pegar el papel y pegar la pared al mismo tiempo. Un trabajo minucioso que puede hacer echar atrás a más de uno. También pensamos especialmente en el tiempo que nos lleva retirar el papel pintado, cuando nos apetece renovar nuestra decoración.
Nos imaginamos de nuevo, pasando horas quitando el papel pintado pegado a la pared, raspándolo con una espátula y humedeciéndolo sin que nada funcione. Los optimistas lo pensarán dos veces y se dirán: "¡Al menos hago mi deporte, fortalezco mis brazos!".